En 2007, Alicia empezó a trabajar como camarera en un restaurante que llevaba abierto desde 1999. No tenía títulos de cocina, ni experiencia previa en el sector, pero tenía algo que no se enseña: una intuición natural para cuidar, y una pasión heredada por la cocina auténtica.

Desde el primer día, supo que aquello era más que un trabajo. Cada cliente era una historia, cada servicio, una oportunidad para hacer sentir a alguien como en casa. Pronto, quienes venían a comer se convirtieron en habituales. Y muchos, en amigos.

La cocina, para Alicia, siempre fue una extensión de su familia. Había crecido en un hogar donde las comidas se hacían con tiempo y con alma. Por eso, desde el principio, lo tuvo claro:

“No voy a servir nada que no pondría en mi mesa un día de Navidad.”

Nada de atajos. Nada de mentiras. En su cocina, el Avecrem está vetado. “Es asqueroso”, dice con una sonrisa. Todo se cocina desde cero, con buen producto, y a fuego lento. Chup-chup, como le gusta decir.